“Todo
por amor, nada por la fuerza” leía el adhesivo en el parachoques del auto que
nos ofrecía llevarnos a Oxapampa. Era muy temprano en la mañana y después de
ni-quiero-recordar cuantas horas viajando en bus, no tenía prisa por subirme a
otro vehículo.
La
Merced nos recibió húmeda y un poco calurosa. Nuestro bus fue el primero en
llegar de Lima, así que el enamorado y yo nos sentamos en una de las bancas de
la terminal terrestre a esperar al resto del grupo.
La
chica me llamó la atención desde el inicio a pesar de que no había nada
aparentemente sobresaliente en ella. No era su apariencia, si no su semblante,
sus gestos. Me daba la impresión que estaba esperando o buscando a alguien. Por
un momento pensé que era una prostituta, pero no tenía sentido encontrar a una
prostituta a esas horas de la mañana en una terminal terrestre llena de
familias con niños. Y su ropa tampoco era sugerente de lo mismo.
Noté
que constantemente nos miraba de reojo. El enamorado nunca jamás se dio cuenta
de nada, pero siendo yo la persona paranoica y celosa que soy (aunque lo tengo
muy bien controlado, gracias) me senté decididamente al costado del enamorado,
tiré mis piernas sobre mi maletín y cogí con firmeza la mochila. No lo tomen a mal, no tengo nada en contra de las prostitutas, pero había algo que hacía sonar una pequeña alarma en mi cabeza. Sin embargo, la alarma era por otra razón. Al rato me preguntó si los buses con destino a Huancayo
se tomaban ahí.
¿Ah?
No solo
el enamorado y yo acabábamos de llegar, obviamente ella llevaba mucho más
tiempo ahí que nosotros, y nos encontrábamos en una terminal terrestre, sino
que constantemente los choferes gritaban sus destinos a todo pulmón por todo el
paradero. Huancayo era uno de ellos.
Claramente
no era una pregunta honesta, si no que buscaba entablar conversación. Le expliqué
que sí había buses, pero que seguramente las encargadas de cada agencia (que
eran varias) le podrían dar más información.
Ah, ya.
Completamente
consiente que probablemente me iba a pedir dinero, mandé al enamorado a comprar
agua y le dí otras sugerencias de viaje, sabiendo que eso la incentivaría a
seguir la conversación. Admito que no solo era por compasión y el querer ayudar al prójimo, si no también sentía curiosidad. Ahí fue donde dijo comenzó a decir lo que realmente
quería decir.
No
recuerdo su nombre, pero había llegado a La Merced hace unas semanas porque le
habían ofrecido un trabajo en un restaurante. El restaurante resultó ser solo
una fachada para un burdel. Me contó que al principio no le pedían ese tipo de
trabajo, pero inevitablemente llegó el momento y ella se negó.
No me
daba la impresión de ser una persona de carácter fuerte, pero ante una
situación como esa, cualquier tipo de resistencia es admirable, aunque haya
sido a base de lágrimas y llanto. Y efectivamente a la chica se le caían las
lágrimas mientras me contaba. Me imagino que si yo hubiera cedido un poco,
hubiera roto en llanto, pero me quedé fuerte en mi actitud de no tolerar una
escena en medio de la terminal. No por mí, sino por darle fuerza a ella (es cierto!)
Al
negarse le quitaron todas sus cosas y la botaron a la calle. No tenía dinero,
ropa, ni documentos de identidad. Había conseguido un sol en la calle y estaba
tratando de llamar a su familia en Huancayo para que la recojan. Hasta ahora no
había tenido suerte en contactarlos, y ante la falta de cobijo optó por esperar
en la terminal terrestre. Llevaba horas sentada ahí.
Cuando
el enamorado regresó con agua, le di una botella y unos paquetes de galletas
que había traído en mi maletín. Después de un rato de comer y tomar agua (ella
con más ansias que yo) comenzamos a discutir sus opciones. O mejor dicho, yo
empecé a discutir sus opciones en frente de ella. No la culpo, yo también me
hubiera sentido mareada y confundida en una situación así- Dios nos libre de
alguna vez encontrarnos en sus zapatos!
Finalmente,
convencida de la veracidad de su historia, opté por comprarle el pasaje a
Huancayo. No cargaba mucho dinero y sabía que probablemente después iba a tener
que dejar de comer un día por hacerlo, pero ¿cómo no iba a hacerlo?
Honestamente, REALMENTE, ¿cómo no hacerlo?
Si bien
me he encontrado en situaciones un tanto extremas más de una vez, considero que
Dios siempre me ha dado las herramientas para superarlas – sea a través de
personas, habilidades, conocimiento, actitud, etc.
En este
caso, la herramienta de esta chica fui yo. ¿Cómo no responder a eso?
Siendo
la persona cínica, escéptica y desconfiada que soy (soy terrible!!) yo misma le
compré el pasaje en la agencia. Me abrazó infinitamente y se puso a llorar de
nuevo.
La vi
subir al bus mientras regresaba con el enamorado. Para ese entonces ya había
llegado el resto del grupo y todos me miraron con curiosidad, pero solo una me
preguntó si todo estaba bien. Le dije que si, que solo estaba ayudando a la
chica a comprar un pasaje.
Y así fue.
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